
El domingo por la mañana, mientras Holly LaFavers se preparaba para ir a la iglesia, un repartidor dejó una caja de 11 kilogramos de paletas de caramelo delante de su edificio de apartamentos en Lexington, Kentucky.
Y otra más. Y luego otra. Pronto, 22 cajas de 50.600 golosinas estaban apiladas en cinco niveles en dos paredes de Dum-Dums. Fue entonces cuando LaFavers oyó lo que ningún padre quiere oír: su hijo, sin querer, había hecho un pedido masivo por internet.
”¡Mamá, llegaron mis dulces!”, dijo su hijo Liam, quien había salido a montar en su patineta.
“Entré en pánico”, dijo LaFavers, de 46 años. “Estaba histérica”.
LaFavers dijo en una entrevista que Liam, de 8 años, se familiarizó con Amazon y otros sitios de compras durante la pandemia, cuando ella encargaba suministros con regularidad. Desde entonces, de vez en cuando le deja navegar por el sitio si guarda los artículos en el carrito.
Pero durante el fin de semana, Liam tuvo un lapsus. Le dijo a su madre que quería organizar una feria para sus amigos, y por error, dijo, hizo un pedido de casi 70.000 unidades de las golosinas en lugar de reservarlas.
Y así se levantó la doble muralla de caramelos en su puerta, donde los excesos del comercio electrónico se cruzaron con su unida comunidad.
LaFavers dijo que descubrió que algo iba mal tras una compra a primera hora del domingo, cuando consultó su saldo bancario por internet. “Estaba en números rojos”, dijo.
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