El “Bólido de Plata”: la historia del Mercedes-Benz de Marcos Pérez Jiménez, por Luis Alberto Perozo Padua

El “Bólido de Plata”: la historia del Mercedes-Benz de Marcos Pérez Jiménez, por Luis Alberto Perozo Padua

Marcos Pérez Jiménez no solo administró Venezuela con mano férrea, sino que se dejó seducir por el rugido de los motores. Su pasión por los autos deportivos encontró máxima expresión en un Mercedes-Benz 300SL “Alas de Gaviota”, un coupé de líneas afiladas y puertas que se alzaban como alas. 

Bautizado por la prensa como el “Bólido de Plata”, aquel vehículo se convirtió en símbolo de la modernidad que el régimen pregonaba, y en metáfora del espejismo de prosperidad que prometía una Venezuela en auge petrolero.





Venezuela en los cincuenta

Los años cincuenta marcaron la era de la bonanza petrolera en Venezuela. Con la creciente exportación de crudo, el ingreso de divisas permitió al régimen del presidente Marcos Pérez Jiménez impulsar gigantescos proyectos de infraestructura: la Autopista Caracas–La Guaira, el Estadio Olímpico, el hospital de Los Magallanes y la ampliación del sistema eléctrico nacional, entre otros. 

Empero, esta prosperidad financiera se sustentaba en un modelo rentista donde el petróleo lo era todo y la economía adolecía de diversificación. Mientras los pozos producían sin cesar, el gobierno instauraba un férreo control político: censura de prensa, limitación de partidos, persecución y arresto de opositores. 

La modernidad vial y urbana quería proyectar un país avanzado, pero las libertades ciudadanas quedaban rezagadas en la curva de la represión.

El regalo de Fangio 

Corría 1955 cuando Caracas se engalanó para recibir el primer Gran Premio de Venezuela, un evento de talla mundial más prestigioso entonces que la Fórmula 1. Mercedes-Benz vio la ocasión perfecta para lucir su joya mecánica: nada mejor que entregarla al propio presidente de la República. Juan Manuel Fangio, cinco veces campeón mundial, aterrizó en Maiquetía para hacer la entrega oficial. 

En el Circuito de Los Próceres —recién estrenado— el mandatario tomó el volante con Fangio de copiloto. La imagen fue casi de película: un dictador al mando de un auto deportivo, escoltado por el mito viviente de las pistas.

Voces de la pista

La crónica gráfica de aquel 1955 inmortalizó un instante único: en los entrenamientos del Gran Premio de Los Próceres, el presidente Pérez Jiménez se acomodó tras el volante de su flamante 300SL mientras Juan Manuel Fangio tomaba posición en el asiento del copiloto. Los fotógrafos captaron el relevo: terminada la primera tanda, el propio Fangio intercambió papeles con el mandatario para exprimir a fondo el “Bólido de Plata”.

Fima Ruchman, cronista estrella del momento, describió así la escena: “Cuando Pérez Jiménez completó sus vueltas, Fangio volvió al volante y desató toda la potencia del Mercedes, superando con creces la velocidad obtenida por el Presidente.”

Un aficionado que presenció el suceso añadió con asombro: «La arrancada del ‘as argentino inmortal’ fue impresionante… el coche pareció despegar bajo sus manos».

Incluso la prestigiosa revista Time, en su edición de febrero de 1955, dedicó un amplio reportaje al dictador y su pasión automovilística. Narraron cómo el Presidente, en uno de sus viajes oficiales, simplemente abrió la puerta “al estilo alas de gaviota” y, sin mirar atrás, “salió disparado” por las carreteras venezolanas a bordo de su 300SL.

Pérez Jiménez justificaba aquel afán por la velocidad con estas palabras: “Hay que enfrentarse al peligro para estar preparados cuando llegue.”

Con esa filosofía, llegó a recorrer casi 650 km en un solo día, manteniendo el velocímetro por encima de los 160 km/h. Un temperamento al volante que, según él, debía forjar al conductor tanto como al gobernante.

“Espero que maneje usted al país mejor…”

Entre flashazos y cornetas, un periodista se atrevió a preguntar a Fangio qué opinaba del estilo al volante de Pérez Jiménez. El argentino, con una mirada de lado y esa sonrisa pícara, soltó la frase que quedó para la historia:

“Espero que maneje usted al país mejor de lo que maneja los deportivos…”
El comentario se convirtió en epítome de la crónica política: la velocidad sin control, la técnica sin prudencia, una advertencia velada sobre los límites de la conducción —en la pista y en el gobierno.

La requisición presidencial

La leyenda oficial se entrelaza con otra versión más amarga: la del locutor y piloto Francisco José “Pancho Pepe” Cróquer. Encargó a la agencia Zingg & Co. un 300SL plateado con interior rojo, pero al desembarcar en el Puerto de La Guaira el auto fue reclamado por orden directa del primer mandatario nacional, el cual engrosaría la colección personal. 

Cróquer se quejó con gallardía y recibió finalmente un ejemplar blanco como compensación, y vio cómo aquel coupé de ensueño pasaba a engrosar la mítica colección de Pérez Jiménez, símbolo y botín de un poder absoluto.

Como metáfora del régimen

Aquel Mercedes no era solo un carro: representaba el ideal de eficiencia y progreso que el dictador predicaba. A cada inauguración de autopista acudía el “Bólido de Plata”, exhibiéndose ante obreros y campesinos que veían en sus derivas la promesa de trabajo y urbanización, aunque en la práctica muchos seguían sin servicios básicos. 

El auto volaba sobre las señales de pobreza y desigualdad, mientras el gobierno usufructuaba la narrativa de la velocidad como sinónimo de desarrollo y orden.

Un vehículo solo para la camarilla

Durante la dictadura, Venezuela se convirtió en el segundo mayor receptor mundial del 300SL, con cerca de 100 unidades de las 1.450 fabricadas. A unos 33.000 bolívares la pieza —equivalentes a casi 10.000 USD al cambio de entonces—, una suma considerable, pero no inalcanzable para una élite enriquecida por la renta petrolera y los privilegios de una dictadura que repartía favores como contratos.

No sólo el presidente Pérez Jiménez y Juan Manuel Fangio escribieron su leyenda. Renny Ottolina, el carismático animador, desfiló en el suyo por avenidas y competencias; Alí Rachid, campeón zuliano, retó sus curvas en circuitos regionales; Chet Flint, ingeniero de General Motors, mostró en ferias y exhibiciones el refinamiento teutón al alcance de unos pocos. 

Cada maniobra, cada acelerón, dejaba un eco de aspereza y encanto: aquellos dueños se sentían dioses mecánicos en un país que aspiraba a ser motor de Sudamérica.

El dictador a toda velocidad 

La relación de Pérez Jiménez con su Mercedes fue intensa. Amaba conducirlo por las carreteras recién asfaltadas por su gobierno. En la ya citada crónica publicada por la revista Time, se relata una escena elocuente: durante una gira oficial, mientras su comitiva apenas podía seguirle el paso, el presidente aceleraba hasta los 160 km/h por tramos rectos, dejando atrás caseríos, palmas, cabras, niños ondeando banderas y pancartas imposibles de leer a esa velocidad. 

Esa imagen, más que anecdótica, encierra la metáfora de un país que avanzaba rápido, pero sin mirar los detalles ni escuchar a los que quedaban atrás. La velocidad era la consigna, la modernidad el destino. Pero ¿quién conducía realmente y hacia dónde? 

Un hallazgo olvidado

Con la caída de Pérez Jiménez en enero de 1958, el “Bólido de Plata” perdió su conductor y el estatus oficial. Según crónicas de aficionados, el auto pasó por una serie de dueños privados y, con el tiempo, acabó abandonado en un galpón del interior del país. 

Fue rescatado en 2015 por el coleccionista y restaurador Alvin Acevedo junto a su padre, quienes llevaban décadas tras la pista de aquella unidad histórica. Tras años de búsqueda, la encontraron cubierta de polvo y óxido, y emprendieron una restauración minuciosa: reconstruyeron el chasis, recuperaron piezas originales y devolvieron la carrocería a su lustre plateado de 1955.

Bólido restaurado

Hoy el “Bólido de Plata” reposa en manos privadas, con pintura y livery fieles a su primera presentación en Caracas. Expertos como Lorenzo Centeno y Alfredo Bruck participaron en su reconstrucción, devolviendo incluso el emblema de Mercedes a su posición original. 

Esta joya automotriz ha sido exhibida en salones de clásicos, donde sigue provocando el mismo asombro que en su debut presidencial. Sin embargo, de las decenas de 300SL que aterrizaron en Venezuela apenas sobreviven tres o cuatro ejemplares originales, el resto dispersos por colecciones en Europa y Estados Unidos.

Cuando el tiempo dejó de correr 

El “Bólido de Plata” ya no surca avenidas ni despierta multitudes. Pero sigue vivo en la memoria de un país que lo vio brillar y rugir como símbolo de una modernidad que parecía al alcance de la mano. 

En esa carrocería de aluminio, bajo esas alas de gaviota, quedó atrapado un tiempo en el que Venezuela se creyó invencible. Hoy, más que un vehículo, es una cápsula del pasado: un recuerdo de velocidad, lujo y poder. Un eco metálico de lo que fuimos y de lo que quizás nunca terminamos de ser.

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
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En las RRSS @LuisPerozoPadua