Nicolás Maduro lleva ya más de tres meses usurpando la presidencia de la República. Todo el mundo sabe que perdió las elecciones. El hecho de que todavía siga ahí, en Miraflores, ofende a los sentidos, a la razón y a toda noción de justicia. Constituye un contrasentido odioso. Y en muchas dimensiones.
El régimen político que encarna viola abiertamente los artículos 5º y 6º de la constitución, referentes a su debida fundamentación en la soberanía popular y a su carácter democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables. No respeta la independencia y equilibrio de poderes, tampoco los derechos asentados en su Título III y confunde el manejo de los recursos públicos con los propios (patrimonialismo). Es decir, desde el punto de vista institucional, la permanencia de Maduro es un contrasentido. Es incompatible con la constitución.
Su comportamiento político no es democrático. Sus aspectos definitorios son de una innegable estirpe fascista. No tolera juego político alguno. Maduro en Miraflores personifica un contrasentido.
Al asumir la presidencia en 2013, lejos de atender las necesidades de la gente, libró una guerra en su contra, reduciendo la actividad económica a poco más de la cuarta parte de cuando entonces. Pero no se quedó en eso. Desató una de las hiperinflaciones más prolongadas y severas de que se tenga noticia, hundiendo los niveles de vida de los venezolanos en un abismo profundo y quebrantando toda confianza en las relaciones de precio para orientar la decisión económica. Al continuar depredando a PdVSA con fines personales y partidistas, como hizo su antecesor, destruyó a la industria petrolera, principal proveedora de divisas a la nación. Pero no paró ahí. Aumentó la deuda externa a niveles impagables, precipitando el país a una situación de insolvencia y aislándolo de los circuitos financieros internacionales. En tales condiciones, ha pretendido combatir la inflación anclando el precio del dólar, –¡sin contar con las divisas para ello!–, recortando servicios y sueldos públicos, y asfixiando el crédito bancario, para impedir que la capacidad de compra de la gente supere el abismo antes referido. Desde una perspectiva económica, por tanto, su gestión ha significado un notorio contrasentido.
Con referencia a la defensa de los intereses de la nación, obvió defender los derechos de Venezuela sobre el Esequibo ante la Corte Internacional de Justicia, aumentó la vulnerabilidad del país a embargos por incumplimiento de contratos y confiscaciones, contrajo deudas ofreciendo el petróleo del subsuelo y/o a CITGO como garantía, y abandonó la suerte de esta sucursal venezolana a los reclamos de empresas foráneas por indemnización. Hizo aprobar una ley “antibloqueo” para “desaplicar” toda normativa legal que interfiriera con la liquidación velada, sin rendición de cuentas, de activos públicos. Ha permitido la participación de bandas extranjeras en la explotación de recursos minerales de Guayana –oro, cobalto, diamantes y otros—y ha cedido ciertos territorios fronterizos al ELN como guarimba. Pero, sobre todo, y como es notorio, ha colocado servicios estratégicos para la seguridad ciudadana en manos de la inteligencia cubana y de otros países. Finalmente, muy a pesar de su vociferante “antiimperialista”, su gestión ha buscado el amparo ruso, haciendo de Venezuela un peón en el tablero imperialista de Putin. Maduro y sus acólitos vienen traicionando desde el poder los intereses de la nación y abiertamente, un imperdonable contrasentido.
Desde una dimensión ética y humanitaria, no alcanzan las palabras para describir lo ocurrido bajo la gestión de Maduro. Una represión brutal, sostenida y en abierto conflicto con el orden jurídico, ha criminalizado toda protesta, dejado a más de trescientos manifestantes asesinados desde 2013, miles de detenciones, desapariciones y torturas extendidas, con varios casos de muerte por esos tormentos. Todavía quedan unos novecientos presos políticos, sin garantía procesal alguna, acusados de cuanto delito se les ocurra a mentes enfermizas como la de Tarek Saab y/o de quienes le dan las órdenes, y en condiciones de presidio deplorables. Y, más allá de los atropellos a los derechos humanos del venezolano (incluyendo el de la vida), está el saqueo descarado de los recursos públicos (PdVSA incluida), robos y extorsiones al sector privado y al ciudadano en general, la depredación de valiosos recursos minerales y la participación, bajo distintas vías, en el tráfico de estupefacientes.
Lo más insólito es que aquellos señalados como incursos en tales delitos, lejos de ser investigados y castigados –si así se amerita—son premiados por Maduro, quien los nombra para cargos de jerarquía y ensalza en público, como si fueran héroes de la Patria (¡!) Es decir, se promueve deliberadamente a los más perversos, a lo peor, para compartir “responsabilidades de gobierno”. Tal kakistocracia o gobierno de los peores, no es solo por incompetencia, sino también por su depravación moral, carencia absoluta de escrúpulos en su trato con los demás y de irrespeto por los compromisos asumidos, fuesen con la población o con particulares, como internacionalmente. Que semejante bazofia de seres pretenda perpetuarse en el poder es el mayor de los contrasentidos.
Pero toda esta degeneración se encobija en una retórica bizarra, que pinta la tragedia por la que atraviesa Venezuela como si fuera una especie de disneylandia pero a semblanza de las perversiones de quienes ocupan Miraflores. Es la famosa burbuja de falsedades en la que se refugian Maduro y sus cómplices para absolver sus pecados. Pero en esta era de difusión extendida de redes sociales, su neolengua no convence a nadie; sólo sirve para seguir engañándose a sí mismos y/o para encubrir, en sus conciencias, sus desmanes. En su mundo ficticio avanza una “revolución”, asediada por el imperio y sus terroristas, que es defendida por “Super-Bigote”. ¡Para ellos no hay contrasentido!
En boca de Maduro, a pesar de los densos nubarrones que se ciernen sobre el horizonte de la economía, ésta creció un 4,5% en el primer trimestre. Como no publica cifras sobre el desempeño real de la economía desde hace seis años, ni de inflación desde que se dispararon (de nuevo) las cifras a finales de octubre 2024, inventa lo que le da la gana. Para quien trampeó abiertamente y de forma tan flagrante el resultado electoral, a pesar de conocerse urbi et orbi más del 85% de las actas oficiales que certificaban el triunfo de Edmundo González Urrutia, ¡no hay límite a la mentira!
Es difícil encontrarle parangón al descomunal contrasentido que representa Maduro en Miraflores. Repudiado por la población, aislado de los demás países de la región, sin recursos, debería haberse ido hace tiempo. ¡Cómo se mantiene? Básicamente, existen dos explicaciones. Primero, Maduro fue formado como agente cubano y, como tal, ha podido contar con la experiencia de más de 50 años de los más perversos talentos en materia de represión y contrainteligencia, para aplastar toda amenaza a su mandato. Segundo, porque, a instancias de sus tutores, procedió, deliberadamente, a corromper el alto mando militar, al poder judicial, a las policías y a cualquiera que tuviese injerencia en las decisiones del Estado. Mientras cuente con los recursos, tendrá comprado a los peores para ejercer el poder, sin contemplación alguna por los derechos de los venezolanos. Y aquí, el gran condicionante es ese “mientras”, porque los recursos empiezan a escasear para atender tanta complicidad activa. Al no poder satisfacer lo que se ha convertido en una auténtica red de mafias, es solo cuestión de tiempo para que, en sus propias entrañas, surjan los reacomodos que permitan, junto a la movilización popular y el apoyo internacional, remover a quien personifica tan deplorable gestión. ¿Para qué seguir sosteniendo a quien exhibe un historial de fracasos como Maduro, cuya permanencia solo proyecta una mayor agudización de la tragedia nacional? Un contra sentido que no puede continuar.
Corresponde a las fuerzas democráticas alzar con insistencia y con la fe en nuestra fuerza y capacidades, la opción del proyecto político que encarnan Edmundo González Urrutia, María Corina Machado y de quienes los acompañan, único capaz de asegurar, junto a la participación activa de millones de venezolanos y el apoyo financiero internacional, la superación de nuestra tragedia.